15 Dic La empatía y la presencia según Marshall Rosenberg y Michael Ende
¿Cómo podríamos definir la empatía? A primer golpe de vista, podríamos decir que es la capacidad de percibir y compartir los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás.
Lo más curioso es que no implica en sí misma la voluntad de salvar a la otra persona sus conflictos, aunque paradójicamente, cuando se realiza con eficacia, representa un gran apoyo para cualquier ser humano, a partir del cual puede poner en marcha mecanismos de autonocimiento e incluso de autocuración.
En realidad, es un término bastante nuevo, aunque podemos relacionarlo con conceptos presentes en grandes religiones como la compasión o el altruismo. Según Rifkin se comienza a usar en 1909; según otros autores en fechas similares. En cualquier caso el concepto está ligado al desarrollo de la persona, y se sobreentiende, como veremos, que no es una capacidad o destreza que pueda ser comprendida en un momento determinado, sino que está muy ligada a las experiencias previas que se hayan tenido antes y se cultiva a lo largo de la vida, como vimos en el artículo sobre empatía y apego, y a un trabajo continuo como el que nos propone Marshall Rosenberg en su libro «La Comunicación no Violenta».
Rosenberg trabajó durante un tiempo con Carl Rogers, un famoso psicoanalista que investigó ampliamente los aspectos relaciones entre paciente y enfermo que favorecían la curación de este último. Fue durante los años 50 quien utilizó el término por primera vez para dar a conocer esta habilidad del ser humano. En el capítulo 8 del libro «La Comunicación No Violent», Rosenberg cita a Rogers y su definición de empatía:
“Cuando … alguien te escucha con todo su ser absteniéndose de juzgar, sin tratar de responsabilizarse de ti ni querer cambiarte, sientes algo maravilloso. … Cuando se me ha prestado atención, se me ha escuchado, soy capaz de contemplar mi mundo de una manera nueva y seguir adelante. Resulta sorprendente ver que algo que parecía no tener solución la tiene cuando hay alguien que te escucha. Y todas las cosas que parecían irremediables se convierten en un río que discurre prácticamente sin trabas por el solo hecho de que alguien ha escuchado tus palabras».
La empatía es necesaria en todos los momentos de la vida, en cualquier trabajo o situación personal, porque todos nos enfrentamos a nuevos retos y dificultades que nos ayudan a crecer. Y para poder atravesarlos, aunque en realidad lo hagamos solos, la empatía de otros puede tener un rol crucial.
Para Rosenberg el ingrediente más importante de la empatía es la PRESENCIA. La empatía implica un tipo de presencia que tiene en cuenta la vida que está en la persona en ese instante. Para ello es necesario escuchar no sólo las palabras que la persona está diciendo.En ocasiones las palabras que una persona pronuncia están muy lejos de lo que está vivo en ella.
En su libro “La Comunicación No Violenta”, del que os hablé en este artículo, Rosenberg incluye una cita del filósofo chino Chuang-Tzu, el cual declaró que la verdadera empatía requiere escuchar con todo el ser:
«Escuchar simplemente con los oídos es una cosa. Escuchar con el entendimiento es otra distinta. Pero escuchar con el alma no se limita a una sola facultad, al oído o al entendimiento. Exige vaciar todas las facultades. Y cuando las facultades están vacías, entonces es todo el ser el que escucha. Entonces se capta de manera directa que aquello que se tiene delante jamás podrá oírse a través del oído ni comprenderse con la mente».
Estas definiciones, por cuanto sencillas en sus palabras, albergan una profunda sabiduría y comprensión del verdadero sentido de la empatía.
Un autor en el que he encontrado grandes enseñanzas respecto al ser humano es Michael Ende. Hace poco compartí en un artículo algunas citas de un libro que me encantaró por incluir grandes enseñanzas aptas también para adultos: «La Historia Interminable».
En esta ocasión, y para cerrar el post, comparto un fragmento de otro libro del mismo autor, «Momo».
Momo es el nombre de la heroína protagonista del libro, que tendrá que enfrentarse a todo un ejército de defensores de un mundo deshumanizado, contando en su haber con una tortuga, y armas que podríamos considerar, a ojos adultos, totalmente ingenuas e ineficaces.
Sin embargo, una de sus mayores virtudes, y podríamos decir casi superpoder, es que sabe escuchar con verdadera empatía a los demás.
La presentación de la niña y de aquello que la hace poderosa, que hace el narrador, es en realidad un profundo recordatorio de lo que la naturaleza compasiva del ser humano puede llegar a mover en nosotros mismos pero sobretodo en los demás, haciendo que se muestren en su mejor versión.
Con este fragmento os invito a utilizar y a cuidar este superpoder que forma parte de todos y cada uno de nosotros. Sólo tenemos que seguir el ejemplo de Momo, y escuchar (y escucharnos) con todo nuestro ser.
«¿Es que Momo era tan increíblemente lista que tenía un buen consejo para cualquiera? ¿Encontraba siempre las palabras apropiadas cuando alguien necesitaba consuelo? ¿Sabía hacer juicios sabios y justos?
No; Momo, como cualquier otro niño, no sabía hacer nada de todo eso.
Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? ¿O sabía tocar un instrumento? ¿O es que -ya que vivía en una especie de circo- sabía bailar o hacer acrobacias?
No, tampoco era eso.
¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que se pudieran ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier modo?
Nada de eso.
Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar.
Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única.
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto, miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a Momo, y le resultaba claro, como tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo.
¡Así sabía escuchar Momo!»
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SOBRE LA AUTORA
Maria Folch. Artista, educadora artística, terapeuta de flores de Bach y Reiki, asesora formada en Crianza Positiva y Pedagogía Waldorf. Vivo y trabajo en Reggio Emilia, Italia. Realizo formaciones y asesoramientos a personas individuales, familias o escuelas en las que uno recursos creativos y de crecimiento personal. Divulgadora a través de este blog y del Podcast «Creatividad Consciente» en Ivoox y Spotify.
Para más información: maria@mariafolch.com